Sociología para que

Lucas Rubinich

 

la relación de la producción de conocimiento con el movimiento estudiantil se convierte en algo indispensable

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I

La sociología en América Latina a partir del proceso de institucionalización en el mundo universitario en los años posteriores a la segunda posguerra del siglo XX, estuvo atravesada por fuertes tensiones, sin lugar a dudas, estrechamente relacionadas con su papel significativo en una lucha político- cultural densa. En la lucha por la imposición de visiones del mundo.  Claro, esta nueva sociología no nacía en un costado marginal de algún campo cultural latinoamericano, sino que surgía de las políticas internacionales diseñadas para reorganizar el mundo luego de la segunda guerra mundial. La sociología alentada por las políticas norteamericanas que promovían estrategias de desarrollo de los países llamados periféricos o subdesarrollados, fue parte, no menor, de un proceso de diagnóstico acerca de los obstáculos que presentaría esta porción del mundo para lograr, como decía un asesor importante de J.F. Keneddy, lograr, el “despegue”. Es verdad que la economía ocupaba un lugar relevante, pero se trataba de una economía política sensible a debatir con otras formas de las ciencias sociales y mucho más con la nueva y prestigiosa sociología que alentaba el campo académico de uno de los principales ganadores de la contienda, EEUU.

El Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas (ECOSOC)  creó en 1947, cinco comisiones económicas regionales  y una de ellas, que inicia su actividad en su sede de Santiago de Chile en 1948, fue la Comisión Económica para América Latina (Cepal). Cómo promover el desarrollo era la pregunta principal a responder. Las sociologías de distintos departamentos de universidades prestigiosas de EEUU con una mirada fuertemente influenciada por Talcot Parsons, el autor que se constituiría por esos años en el centro del campo sociológico, construían diagnósticos analizando, los sistemas políticos de América Latina, sus formas de organización económica y atendían con sesgos, sin lugar a dudas etnocéntricos, los problemas culturales, de estas sociedades. Es así que en este contexto y alentadas por la política exterior norteamericana, surgen diversas carreras de grado en esta parte del mundo. Se reafirman algunas experiencias pioneras en México o en Brasil y surgen otras amparadas en instituciones potentes como en Santiago de Chile y una serie de carreras e institutos de investigación en distintas capitales de latinoamerica. En 1957, marcada por esa impronta de cambio modernizador, surge la carrera de sociología de la Universidad de buenos Aires.

Esas propuestas de políticas de desarrollo, se acompañaban de una serie de procesos de “modernización” en distintas dimensiones de la vida de las sociedades. Las capitales veían la aparición de nuevas formas de consumo, nuevas estéticas de la vida cotidiana que abandonaban los grises y la mesura de las nuevas clases medias urbanas se iba desacomodando con cambios en la industria cultural, con cambios tecnológicos y científicos, que se expresaban en la vida cotidiana logrando formas de vida urbana ligadas a un relativo confort. La difusión de la píldora anticonceptiva creaba condiciones, aunque no exclusivamente, para resquebrajar formas convencionales de la vida sexual de las generaciones jóvenes. Lo que no llegaba a América Latina, y ni siquiera a esos sectores modernizantes y modernos, era la que parecía venir en el mismo paquete de promesas de desarrollo,  la libertad política. Dictaduras militares, breves interregnos democráticos y aún formas de la democracia que, como en Argentina, prohibían la participación del peronismo, que era una de las principales fuerzas políticas.

 

Pensar el poder, las formas de dominación para así contribuir a la acción política

 

Hay una situación de incongruencia entre formas modernizadoras del consumo, de la industria cultural y del campo artístico y académico, que de hecho tienen una significativa presencia, y las formas políticas de restricción de libertades públicas, censura política y represión.

La sociología que había nacido impregnada de su papel produciendo conocimiento para el cambio, para el cambio modernizador, se encontraría con la experiencia de la revolución cubana, que en los hechos, hizo realidad que las jóvenes generaciones pueden tomar la iniciativa y resistiendo a la opresión y proponiendo nuevas formas de organización de las castigadas sociedades de América Latina. Las nuevas generaciones de las carreras e institutos de sociología de América Latina, ya ubicados en un lugar de prestigio, relevante y propuesto para promover el cambio, llevaron adelante ese papel que las propias sociedades y las políticas internacionales les habían asignado. Preguntarse para qué hacer sociología, implicaba responder para entender las formas que impiden, que obstaculizan la construcción de un sociedad en la que sus habitantes puedan tener las formas de vida dignas que el mundo occidental proponía como modelo a alcanzar. Pensar el poder, las formas de dominación para así contribuir a la acción política que permita derribar esos obstáculos se convirtió en el para qué más relevante de las nuevas generaciones de la sociología latinoamericana. Y no se trató de simples apoyos retóricos a formas de lucha, sino que se construyó conocimiento. Se construyó conocimiento en debate con las propuestas de desarrollo de la CEPAL, y entonces surgieron los distintos trabajos que son conocidos, englobando una relativa diversidad, como teoría de la dependencia.

 

Además de la revolución cubana que reivindicaba la vanguardia artística, y con la cual confraternizaba Ernest Hemingway, en el continente se comienza a generar una sensibilización de un sector de la iglesia católica que promovido por políticas institucionales destinadas a no perder terreno dentro de las luchas del campo religioso, iba a desplegar su mirada de cristianismo popular, logrando empatías con culturas populares de la región. El símbolo del encuentro entre propuestas de cambio de la sociología, la habilitación para decisión de tomar el toro por las astas generada por la revolución cubana y la sensibilización ante la desigualdad y la explotación, del cristianismo ligado a los condenados de la tierra, es el sacerdote, sociólogo, creador de la Carrera de Sociología de Bogotá junto a Orlando Fals Borda, Camilo Torres Restrepo. Camilo Torres en 1963 escribe un trabajo titulado “La violencia y los cambios socioculturales en las áreas rurales colombianas” que presenta en el primer Congreso Nacional de sociología de Colombia. En 1965 se vincula al grupo político militar Ejército de liberación nacional (ELN )y lanza la “Proclama a los colombianos”. El 15 de febrero de 1966, muere en combate con fuerzas del ejército regular, en Patiocemento, Santander.

 

Es en ese contexto de la convulsionada América latina y de la sufrida Colombia, que Orlando Fals Borda se transforma en el creador de una forma de producción de conocimiento con la participación de las comunidades que llamó Investigación acción de tipo participativo. La IAP se convierte en una propuesta de  innovación significativa en las formas de producción de conocimiento y junto a los trabajos ligados a la teoría de la dependencia, son obras de sociología que han logrado un reconocimiento de diferentes sectores de campo académico internacional.

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II

 

 

Las derrotas de los movimientos promotores de cambios de los años sesenta setenta, produjeron reordenamientos importantes en los campos culturales y académicos. Y de acuerdo a Anibal Quijano, figura relevante de la sociología de esos momentos, es un hecho a tomar en cuenta de manera central para pensar las derivas del presente. Dice Anibal Quijano:

“fue la mayor derrota de 500 años. Me explico. En los últimos 500 años, conforme la historia fue corriendo, siempre pareció haber un horizonte brillante, con muchos nombre: progreso, identidad, liberalismo, nacionalismo, socialismo. Las derrotas fueron siempre coyunturales. Hubo muchas derrotas pero también de hecho hubo muchos éxitos. La lucha anticolonial fue extendida y América fue el primer escenario de esta confrontación. Creo que con la derrota última no solamente fueron derrotados los regímenes políticos, movimientos, organizaciones, discursos, sino que por primera vez todo ese horizonte se hundió. Por eso fue tan fácil que surgiera y predominara un pensamiento único, como un sentido común para todo el mundo. Incluso para la gente más resistente o quizás más lúcida fue un período de un aislamiento terrible, muchos de nosotros hemos sentido más de una vez ser una minoría de uno. Casi súbitamente las cosas que la gente esperaba y creía posibles quedaron como discurso pasado y de un pasado remoto. Para mucha gente ese discurso tipo lucha de clases, revolución, empezó a ser sentido como cuando hoy día uno habla del dios Orus, sin que produzca nada más que cosa intelectual.” (Quijano, 2000)

 

La normalización del mundo académico se produce en algunos países de América Latina, en situaciones de establecimientos de sistemas democráticos, profundamente marcados por esa derrota de las experiencias de cambio, en las que sectores prestigiosos de los campos académicos y culturales había desempeñado papeles importantes en cuanto a la lucha político cultural. A la vez esa normalización  se da en un contexto de transformaciones comunicacionales y tecnológicas que posibilitan una gran integración de las nuevas generaciones de sociólogos a distintas zonas del campo académico internacional. La comunidad académica internacional se convierte en un espacio más fácil de recorrer, el acceso a lo producido en distintas partes del mundo, está, por decirlo coloquialmente, a mano.  La crisis de las grandes figuras que operaban como verdaderos faros en los distintos campos académicos, producen mayor habilitación para explorar diversas formas de hacer sociología. Distintas herramientas teóricas y metodológicas forman parte de una comunidad académica que también se torna heterogénea. No hay predominios que resulten en encasquetamientos en determinadas perspectivas. De resultas de esta situación hay una apropiación productiva de un caudal de conocimiento sobre el mundo social que no existió en otro momento, claramente en nuestro país.

 

no hay que desaprovechar «ese buen momento de acumulación científica y tecnológica en bien de la colectividad»

 

Es cierto que la normalidad académica en un país periférico y sujeto a políticas económicas que seguramente no alentarán el desarrollo de conocimiento que permita a la sociedad conocerse más a sí misma, puede transformarse en una burocracia académica marcada por la preocupación profesional entendida en tanto profesionalismo restringido, aislado de las preocupaciones por la vida pública y centrado en la carrera individual.

 

En todas las sociedades, pero con mucha más fuerza, en países periféricos sometidos más crudamente a las políticas de reorganización de las formas de acumulación informadas por la cultura del capital financiero, una carrera profesional ligada a la sociología que se desatienda de las cuestiones de la vida pública,  que no haga de la formulación de sus preguntas el resultado de un diálogo con lo que una mirada sociológica permite identificar como situaciones críticas para la vida en común, es , por lo menos, irresponsable. Porque es verdad, como sostuvo Orlando Fals Borda hace unos pocos años reconociendo estos avances, que no hay que desaprovechar “ ese buen momento de acumulación científica y tecnológica en bien de la colectividad.” Y reafirmó con una impronta de sensibilidad romántica que quizás pueda ser fetichizada por otros, pero que adquiere una sincera forma de voluntad política dicha por el mismo viejo luchador: “Denles el alma y sóplenles el halito de vida que de por si no tienen.”

La normalización burocratizada no se desacomoda por sí misma, precisa de movimientos que la trasciendan, y, en verdad en nuestras instituciones universitarias, existe por lo menos ese halito de vida del que habla Fals Borda, y está irremediablemente en las carreras de grado, y en el actor político con una capacidad particular para producir ese desacomodamiento, que es el movimiento estudiantil. Las cátedras, los investigadores, en las imprescindibles  reuniones de grupos acotados están cumpliendo un papel de la práctica académica. La práctica docente adquiere en un momento como este un papel importante. Confrontar los conocimientos de la investigación es práctica fundamental entre los pares, pero también es tan fundamental que se encuentre la manera productiva de hacerlo (de hecho se hace) con los estudiantes de grado. Los estudiantes del primer ciclo del grado necesitan relacionarse con los profesores investigadores de distintas trayectorias, pero también con aquellos que poseen la mayor experiencia. La docencia de grado no se puede aislar de la investigación como proponen los planes de reforma inspirados en las propuestas de reducción de las carreras de grado promovidos por organismos financieros internacionales.  La práctica académica de la sociología solo se vuelve a preguntar para qué (pregunta fundamental en esta práctica) cuando hay situaciones de crisis general, pero también esa pregunta se reaviva cuando la realiza provocativamente el movimiento estudiantil.

Hacen falta muchas cosas para que exista una sociología que pueda dar respuestas de conocimiento a los problemas fuertes de nuestras sociedades, y probablemente muchas trasciendan a la propia sociología. Lo que es cierto es que en nuestro contexto, la relación de la producción de conocimiento con el movimiento estudiantil se convierte en algo indispensable si se quiere dar una respuesta del para qué de la sociología como la que propone Orlando Fals Borda. Como ideal de “lucha y de servicio a los pueblos desvalidos y con la difusión del conocimiento necesario para ayudarles a avanzar y progresar con equidad y dignidad». La responsabilidad pública no respondiendo a la pregunta que formulan otros, y entonces transformando a los sociólogos en técnicos del poder, sino haciendo preguntas al poder, que problematicen las relaciones de poder. ”Solo así”, dirá Fals Borda “subvirtiendo éticamente a la sociedad desequilibrada y a la ciencia explotadora o neutra que la sustenta, podremos justificar nuestra existencia».(Fals Borda 2001 , en FB 2014)

 

Bibliografía citada

Fals Borda, Orlando, 2014: La hora de la antielite, en “Ciencia, compromiso y cambio social” (compilación), Colectivo Lanza y letras, Extensión libros. Colección pensamiento latinoamericano, Montevideo.

Quijano, Anibal, 2002: Un nuevo imaginario anticapitalista, en Semanario Brecha, Montevideo, 8 de febrero 2002 (Entrevista de Ivonne Trías).

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