Una solución desigual

Violeta Carrera Pereyra y Ali Mnini

Después de vivir un año en la pandemia pareciera que ya aprendimos a convivir con el virus SARS-CoV-2. Indudablemente hemos creado una nueva “normalidad”. Salir con el barbijo es tan importante como las llaves o la billetera. A la hora de hablar hemos adquirido (o cobran un uso cotidiano) nuevos términos como aislamiento, cuarentena, contacto estrecho o “el bicho”. Ni hablar de cómo ha cambiado nuestra rutina a partir del confinamiento, la famosa y actualmente temida “fase 1”, como también las restricciones horarias. Nuestra forma de relacionarnos ha cambiado: muchos trabajan y estudian únicamente desde sus casas, conocer a una persona nueva es sumamente difícil, tuvimos que incrementar (o volvernos más dependientes) del uso de las redes y hasta nos volvimos un poco más ermitaños.

La anterior es solo una serie de ejemplos casi microscópicos de cómo el virus cambió nuestras vidas. Pero si pensamos de una forma más macro se puede visualizar el rotundo impacto que viene teniendo en la esferas de la salud, la economía y la política a nivel mundial. Si bien el capitalismo encontró y encuentra las formas para seguir con su propio dinamismo, la situación no deja de ser una piedra en el zapato. Realmente es una preocupación porque las cantidades de contagiados y muertos impactan, porque la economía se ve afectada ante tantas limitaciones y ni hablar de que las malas decisiones pueden derivar en una crisis política o en un notable descenso de la imagen de cualquier gobierno.

El escenario es sumamente complejo y la única solución real que se presenta es (como tantas veces en la historia) una vacuna[1]. Pero ¿qué implicancias tiene el desarrollo de una vacuna? ¿Qué se necesita para que un país la haga o la produzca? ¿Qué consecuencia tiene que un país consiga la fórmula de una vacuna en el contexto internacional? Y por último, ¿qué pasa en nuestro país?

El rol del Estado y la esfera privada en la producción de la vacuna

Previamente mencionamos algunas de las consecuencias que tuvo el COVID-19. Aclaramos que quienes escriben este artículo tienen en cuenta que algunas modificaciones que se hicieron en este contexto permanecerán. Sin embargo, la solución promete destrabar ciertas tensiones y limitaciones a las que nos somete el virus. Como si el mundo tratara de volver al “como eran las cosas” antes de la pandemia.

Para poder “salir” de esta situación ciertos países comenzaron a emprender una acelerada investigación sobre el virus y posteriormente el desarrollo de una vacuna. Encontramos que quienes encontraron una fórmula de vacuna eran aquellos países que tienen un alto grado de desarrollo económico y una robusta estructura en el área científica y técnica con una tradición sumamente vanguardista como por ejemplo: Rusia, Estados Unidos, Reino Unido, China, etc. También hubo países que, si bien no tienen un alto grado de desarrollo económico en comparación con los primeros, consiguieron formular una propia como Cuba.

Pero hagamos una breve introducción sobre cómo se desarrolla una vacuna. La OMS (Organización Mundial de la Salud) nos explica: “Las vacunas contienen fragmentos minúsculos del organismo causante de la enfermedad, o las ‘instrucciones’ para hacer esos fragmentos. Asimismo, contienen otros ingredientes para mantener la seguridad y la eficacia de la vacuna. Cada componente de una vacuna cumple una finalidad específica, y cada ingrediente se somete a diversas pruebas durante el proceso de fabricación. En ese proceso se verifica la seguridad de todos los ingredientes”. Contienen antígenos, conservantes, sustancias tensioactivas, residuales, diluyentes y coadyuvantes. Luego de “construir” la fórmula se realizan varias investigaciones, se testea en animales y si el objetivo se logra, luego en 3 distintas fases, en humanos. Terminado esto, “una vez disponibles los resultados de todos esos ensayos clínicos es necesario realizar una serie de pasos que incluyen exámenes de eficacia y seguridad destinados a obtener las aprobaciones reglamentarias y normativas de salud pública”.

Hay varias formas de producir una vacuna, ya sea a base de células o recombinantes, y se necesitan diferentes tipos de tecnología para llegar a ellas. Para esto, un país tiene que tener primero una recopilación de datos fehacientes y lo más actualizados posibles para identificar el virus (y sus “propiedades”). En el caso de COVID mediante el PCR. Ya este primer paso demanda tener una logística, insumos y una estructura para detección e investigación. Recordemos que la capacidad del Instituto Malbrán al principio de 2020 para detectar el coronavirus era de 180 pruebas por día mientras iba capacitando a 35 laboratorios más en el resto del país. Sin embargo, al mismo tiempo, en Corea del Sur se tenía una capacidad de 15 mil pruebas diarias. Esto nos deja en claro que ya en un principio hay países que corren con una ventaja superior debido a su nivel de productividad, que repercute en la política sanitaria y su capacidad de maniobra.

Segundo, consideremos la necesidad de la formación de una estructura de investigación que se dedique a formular una vacuna eficiente. Este punto demanda un presupuesto económico sumamente alto para un objetivo incierto (todo es prueba y error), recurso humano (en otras palabras, tener científicos) y la tecnología para ello. Por último, el rol estatal, que se ha vuelto sumamente importante, ya sea interviniendo de manera económica como también aportando el material o la infraestructura. También se pudo visualizar cómo el Estado entabla y destina un presupuesto para empresas privadas que se dedican a la industria farmacéutica. Digamos que la esfera estatal y la privada se vieron involucradas y tuvieron una relación de trabajo en conjunto para la creación de una vacuna. Tengamos en cuenta que tener una fórmula o una vacuna implica para el país un peso político tanto en el interior de su escenario como en el contexto internacional; y, por tanto, resulta indisociable de la producción de vacunas (aún de las desarrolladas por laboratorios privados) cuestiones relativas al poder nacional y a la esfera estatal.

Contemplando la mutua imbricación entre empresas y Estado, Mariana Mazzucato, economista italiana, señala la importancia de un sector público aliado al sector privado que guíe y regule misiones con objetivos claros (en este caso: la producción de vacunas). Afirma que “la creación y prueba en tiempo récord de vacunas seguras y eficaces fue posible gracias a acuerdos de colaboración entre el sector público y el privado, en los que la inversión pública resultó absolutamente crucial”. Incluso podríamos agregar que, según un estudio reciente llevado a cabo por Airfinity que busca reconstruir de dónde salió el financiamiento que permitió la aparición de vacunas, el 97% de la vacuna AstraZeneca fue financiada a través de financiamiento público (proveniente del gobierno, de las universidades o de caridad); descubrimiento que desarma la narrativa de la innovación científico-tecnológica como consecuencia meramente del inventivo del sector privado.

¿Qué pasa luego de producidas las vacunas? ¿Cómo es la distribución? Mazzucato también señala cómo, luego del desarrollo de fórmulas producto de la inversión pública y privada, aparece “una disparidad en la compra de vacunas entre países de altos y bajos ingresos, que no ha hecho más que profundizar” y plantea como necesario para solucionar el “surgimiento de un «apartheid vacunatorio»” que las farmacéuticas compartan sus conocimientos y liberen las patentes.

Entonces, no puede entenderse la producción de vacunas como algo guiado solamente por el mercado y por sus lógicas de comportamiento. En la producción y distribución de las vacunas operan de forma central los Estados. Los pesos relativos de estos a nivel mundial (construidos históricamente) resultan centrales para comprender su capacidad de guiar y posibilitar producciones (incluso privadas), y de, luego, hacerse con una cantidad suficiente de vacunas.

Ahora bien, cabe preguntarse si, de concretarse la liberación de las patentes que Mazzucato plantea como clave para el fin del “apartheid vacunatorio”, se modificaría el escenario internacional respecto a la producción de vacunas. Mazzucato piensa en y para Estado Unidos: “El presidente John F. Kennedy tuvo la misión a la Luna; ahora la misión de Biden es con la Tierra”. Más allá de lo problemática que es esta afirmación leída en clave imperialista, ¿qué pasa con los Estados que, aún con la voluntad proactiva que Mazzucato señala como necesaria, no cuentan con desarrollo industrial y científico, ni privado ni público, para articular la producción de vacunas? Si los Estados no tienen la capacidad de producir vacunas a gran escala, la liberación de patentes no implica necesariamente un oasis, ni, mucho menos, salir de la lógica de producción y distribución capitalistas. Como ella misma señala: “la tecnología por sí sola jamás resolverá los problemas sociales y económicos”. La mera liberación de las patentes no es suficiente: que la información esté disponible para todos los países no significa que todos puedan hacer uso de ella.

Como ya se señaló, la fórmula es solamente uno de los componentes necesarios para producir una vacuna. Es preciso también, contar con recursos económicos, humanos y tecnológicos para luego producirla. Como muestra el caso argentino: para la producción de vacunas en nuestro suelo no fue necesario solamente acuerdos con laboratorios extranjeros que compartieran sus desarrollos químicos, sino también la existencia de instituciones capaces de producir a gran escala y de “capital humano” que cuente con los saberes necesarios para realizar este tipo de trabajos. También, como se ha expuesto, fue preciso contar con un Estado que se encargue de motorizar la producción y de entablar relaciones entre los distintos eslabones (por ejemplo, de servir de intermediario entre laboratorios extranjeros y locales).

“Me parece que, en una cuestión de pandemia, compartir todas las tecnologías tiene un sentido humanitario fundamental. Igual las empresas van a seguir ganando, porque la gente tiene que saber que por más que vos liberes las patentes, la tecnología fina, el formato de cómo hacerlo no es tan fácil.” explica Juliana Cassataro, directora del proyecto más avanzado de producción de una vacuna argentina contra el COVID.

Entonces, la liberación puntual de una serie de patentes no solucionará años de inequidad económica y productiva, consecuencia de un sistema global de desarrollo desigual.

“Para independizarse y tener soberanía, la mayoría de los países desarrollados y medianamente desarrollados se han lanzado al desarrollo de su propia vacuna contra SARS-CoV-2. Nosotros también nos hemos sumado” afirma Cassataro. Quizás cabe hacerse la pregunta, ¿es la vacuna una fuente de soberanía o el reflejo de una soberanía previa?

La necesidad de otros elementos (producidos a largo plazo[2]) para el desarrollo de vacunas, y la desigualdad mundial de la posesión de estas, pone en manifiesto las tramas de poder geopolíticas subyacentes a la cuestión. La solución del conflicto, por más natural que parezca (por deberse a un problema biológico), no puede pensarse por fuera de las relaciones diferenciales mantenidas por los países históricamente. Es así que se vuelve necesario pensar aquello que acontece mientras se busca luchar contra la pandemia, enmarcado en un contexto de disputa geopolítica más amplio.

La lucha internacional por las vacunas

El primer país que logró tener una vacuna fue Rusia. Lo que implicó que el gigante país europeo se agrandara y mostrara su eficiencia en “las carreras científicas” que generalmente compite contra Estados Unidos. No estamos en el periodo de la Guerra Fría, pero pareciera que hay cierta rivalidad competitiva latente y más desde que Rusia se ha vuelto más decisiva en el escenario mundial. El descubrimiento generó revuelo y desconfianza a tal punto que en este país varios funcionarios y expertos tuvieron que utilizar públicamente ciertos métodos para demostrar su eficacia. Igualmente, como dijimos más arriba, la conformación o creación de una vacuna implica ciertas instancias bajo rigurosa investigación científica. El problema radica en que, por inteligencia o resguardo, Rusia trató de no revelar en su totalidad la fórmula a la Unión Europea. Más que nada para asegurarse de concentrar todo el mercado para él. Sin embargo, muy rápidamente Estados Unidos y Gran Bretaña también crearon las suyas. El panorama se volvió más amplio y la lucha geopolítica comenzó.

Por una parte, la escala de producción de las vacunas es a nivel internacional. ¿A qué nos referimos con esto? No todos los países producen el 100% de los activos de las vacunas y los materiales que se necesita (ya sea el envase). O sea la producción está dispersa. Por ejemplo, en los laboratorios SIGMAN se fabricaba un activo de la vacuna que era enviado a México para la continuación del proceso de envase. Aunque ciertos partidos trotskistas mencionan que ahí se produce la vacuna en su totalidad, esto no es así. También Gran Bretaña estableció un lazo fuerte con la India para que produzca su fórmula, aunque derivó en un problema cuando el país asiático empezó a tener una crisis humanitaria debido al virus a tal punto que amenazó con no seguir exportando las dosis que se producían en su país. Al mismo tiempo, las ciudades más pobladas y pobres de la India se veían envueltas en casos de irregularidad por parte de centros de vacunación no autorizados por el Gobierno que administraban agua en vez de la dosis.

Por otro lado, la geopolítica no se manifestó meramente desde lo productivo sino que también se generaron campañas de desprestigio y boicot por redes sociales o medios de comunicación, incluso ciertos países ponen trabas a la hora de ingresar a sus fronteras dependiendo de qué vacuna tengas. En el caso de la Unión Europea debido a que Rusia no presentó cierta información sobre su vacuna decidió no admitir a personas que tengan la Sputnik V. En nuestro país incluso hubo una gran desconfianza, ya sea por lo rápido que se creó o por el solo hecho de que venía de un país ex comunista. Es más, un funcionario tuvo que aclarar y argumentar que la URSS había caído en los 90 debido a que ciertos sectores políticos desprestigiaban la vacuna. El mismo “fenómeno” se repitió con Cuba, un país que produce 8 de 12 vacunas estacionales que le aplica a sus ciudadanos de forma gratuita y tuvo la capacidad de desarrollar 2 vacunas contra el Covid-19: la Abdala y Soberana 2.

La desconfianza por la “rapidez” no es un argumento sólido. Hay que tener en cuenta que la ciencia y la técnica avanzaron a pasos agigantados, y que ante eventualidades pandémicas como la que estamos transitando los Estados más importantes del mundo destinan los mayores recursos disponibles para lograr la solución, ya sea con fines de poder o lucro o también en pos del bienestar social. Convengamos que para seguir generando y reproduciendo capital a los ritmos actuales la humanidad no debería desaparecer. Si bien podemos criticar o evidenciar que cada vez le cuesta más a este modo de producción capitalista afrontar ciertos sucesos que surgen de su mismo seno social, no podemos ignorar que todavía tiene cierta capacidad, a diferencia de otros modos de producción anteriores, de llevar adelante soluciones para reconfigurar y seguirse reproduciendo.

Sobre la desconfianza por las vacunas cabe agregar, como señala Giddens (1994), que la modernidad siempre implicó cierta confianza ciega en los saberes expertos. La hiperespecialización, que permitió el avance de las disciplinas tecnocientíficas, trajo como consecuencia la necesidad de confiar en ciertas prácticas y saberes de los que dependen nuestra vida cotidiana, porque resultaría imposible comprender el funcionamiento de absolutamente todo lo conocido por el humano. No sabemos cómo funcionan los ascensores, y sin embargo nos subimos. No sabemos qué es y cómo funcionan todos los componentes de una galletita, y sin embargo la comemos. Ahora bien, ¿por qué no confiar en la vacuna? ¿La desconfianza que desplegaron algunos sectores hacia ciertas vacunas (regalando benevolencia a otras) pudo haber respondido, al menos en parte, a simpatías ideológicas, económicas o a tomas de partido en esta disputa geopolítica?

La cuestión nacional

¿Y qué sucede en Argentina? ¿Cómo estamos parados en esta carrera por las vacunas? Cerrando el mes de junio, en nuestro país hay más de 20.500.000 de dosis aplicadas; todas vacunas cuyas fórmulas fueron producidas en el exterior.

Argentina es un país con desarrollo científico no desdeñable[3] pero, ¿qué sucede con la búsqueda de una vacuna propia? En la actualidad existen 4 proyectos de desarrollo de una potencial vacuna argentina contra el coronavirus. El más adelantado es el de UNSAM/UBA (ambas universidades públicas), que cuenta con la ayuda del Ministerio de Ciencias, y que en diciembre terminó los ensayos de laboratorio y está en medio de negociaciones con laboratorios nacionales para poder comenzar con fases de experimentación posteriores que precisan otra escala de producción.

El problema del financiamiento está presente en la narrativa de la directora del proyecto, Juliana Cassataro, desde un comienzo: cuando el Ministerio de Ciencias convoca a grupos de investigación pidiendo que se avoque a investigar el virus, Juliana, consciente de la plata necesaria para el desarrollo de una vacuna[4] y, aun cuando su grupo de investigación estaba especializado en vacunas, no se animó a plantear la búsqueda de una fórmula propia. Finalmente, luego de pasados meses, con un subsidio inicial de 100 mil dólares del Ministerio de Ciencias, comenzaron la búsqueda. En la actualidad el problema es ese: la búsqueda de mayor financiación para poder comenzar la fase 1 en humanos, y en esa búsqueda de financiamiento las científicas del equipo están solas. Si bien reconocen que el Ministerio de Ciencias las acompaña, son ellas sentadas con potenciales inversores, “estoy viendo ahora cómo hacemos en seis meses para conseguir la plata para la fase siguiente (…) Todavía no tenemos para delegar y que yo me encargue solo de la mesada (…) Para nosotros, realmente es algo que creemos que es posible, pero la única forma posible es poner todo, todo lo que podamos.” comenta Cassataro en una entrevista con Página/12. En la misma entrevista se le pregunta si alguna vez se había imaginado desarrollando una vacuna en el medio de una pandemia, quizás también habría que preguntar si se imaginaba, una vez comenzada la investigación, tener que ser ella misma la que se ocupara de buscar financiamiento para poder continuar con el desarrollo de la vacuna. Investigación particularmente importante: es la vacuna que tiene, al momento, mayor potencialidad para liberar a Argentina de las negociaciones con laboratorios ajenos cuyas dosis hay que pagar en dólares (en un país endeudado, también, en dólares).

La deficiencia del gobierno al momento de financiar el desarrollo de una fórmula argentina en medio de la cruzada por conseguir vacunas, que escasean para unos y sobran para otros, era quizás indefectible. Los recursos (económicos, tecnológicos, temporales y humanos) son limitados y el Estado se abocó a la búsqueda incesante de vacunas afuera; decisión que, a corto plazo, parece ser la más sensata (hay una emergencia sanitaria y hay vacunas disponibles para su compra). De todos modos, se rumorea que después de una reunión con el grupo de investigación que lidera Cassataro hace tres meses para comunicarle al Ministerio de Salud los avances, Todesca sentenció “esto es lo que tendríamos que haber hecho el primer día”; probablemente desilusionada ante las demoras que todos los laboratorios estaban teniendo al momento de entregar las vacunas pactadas.

¿Se puede reprochar la actitud del gobierno que privilegió llegar a acuerdos con laboratorios externos a la financiación de grupos nacionales? La cuestión es compleja, porque más allá del desarrollo de una fórmula, como ya se señaló, está en juego la capacidad productiva posterior que se requiere, y que implica un tipo de financiamiento a largo plazo; en dos años (apremiados en tiempo y dinero como fueron estos) no se pueden armar plantas que cumplan con todos los requisitos necesarios para la producción de vacunas. Quizás, como señala Cassartaro, la cuestión escapa a respuestas dicotómicas: “Es importante lo que pasó en Argentina, donde se van a producir vacunas de afuera. Perfecto. Me parece bárbaro. Yo me puse muy contenta. Pero tener un plan B para un futuro por si esto no funciona, es re importante y un plan C, además de esto, por si nosotros tampoco avanzamos. Hay que tener diferentes opciones.”

Ahora bien, resulta importante no caer en miradas ingenuas que expliquen la preeminencia que se le dio a las vacunas importadas solamente por la potencial incapacidad productiva posterior al desarrollo. De hecho, en Argentina se están produciendo vacunas, solamente que de fórmula extranjera. Si bien la producción nacional de vacunas extranjeras es motivo de festejo, este sistema también tiene sus limitaciones: las Sputnik teniendo que volver a Rusia para comprobar la correcta producción del lote (y los gastos que estos viajes implican), las Astrazenecas que se van a raudales y vuelven a cuentagotas. Entonces, sí, cierta capacidad industrial-productiva hay (aunque no suficiente para competir con otros productores extranjeros) ¿Qué otro factor puede estar trabajando en el sentido contrario al impulso y financiación del desarrollo de la fórmula argentina?

Quizás, otra cuestión a considerar para comprender el actuar estatal reside en una dimensión particular de la relación entre el sistema político y la esfera privada: el lobby. Práctica que, si bien se ha vuelto evidente con el actuar de algunos miembros de Juntos por el Cambio, muy preocupados por que el gobierno cierre un contrato con Pfizer, pero enfurecidos en su momento con la llegada de la Sputnik, no debemos descartar que también condiciona el actuar oficialista. Por supuesto, se debe contemplar que la vacuna no es solo la vacuna, que la presión por cerrar acuerdos con ciertos laboratorios (que implica cierta distribución de los recursos disponibles) no está sólo condicionada por acuerdos económicos que ocurren por debajo de la mesa: hay en las vacunas, y en los laboratorios y países que están por detrás de ellas, cuestiones simbólicas que movilizan adhesiones. No podemos presuponer que el apoyo de los bloques políticos a ciertas vacunas responda solo a un actuar racional instrumental, es necesario contemplar también la posibilidad de que estén en juego motivaciones valorativas[5].

También ha de considerarse el actuar de los medios de comunicación, un actor esencial para comprender la presión que las farmacéuticas pueden meter al gobierno y a los partidos políticos en su conjunto. Alabando a determinadas vacunas, colaborando a generar climas de época, los medios presionan de forma indirecta (a veces respondiendo a acuerdos con farmacéuticas) poniendo temas en la agenda pública y marcando rumbos de conversación. Es así que titulares como “Por la falta de vacunas, casi la mitad de las camas de terapia intensiva de la Argentina están ocupadas por enfermos de COVID-19” de Infobae del 24/5/2021 o “Escasez de vacunas y colapso sanitario: las razones detrás del avance desmesurado de la segunda ola de COVID-19 en la Argentina” del 22/5/2021 del mismo medio, no hacen más que presionar en la ya incesante y furiosa puja por la compra de vacunas al exterior. Ambas notas mencionadas señalan como una de las razones para el aumento de casos del segundo trimestre de este año que el gobierno “hizo pocos acuerdos con laboratorios productores de vacunas”. Además, en otra nota del 9/6/2021 en la que refieren a las tratativas Pfizer-Estado argentino afirman: “la diputada del Frente de Todos Mara Brawer consideró que hoy la Argentina ‘no necesita’ este inoculante, a pesar del fuerte impacto de la pandemia en el país, con un acumulado de 82.667 muertos y 4.008.771 contagios”. Infobae es un ejemplo claro ejemplo de cómo un medio de comunicación puede colaborar en la creación de un clima de época particular que señala al gobierno como culpable por la falta de vacunas y que lo impugna, también, de no haber hecho lo necesario en las negociaciones con Pfizer[6] para conseguir más vacunas, cuya falta es, como exponen claramente los titulares expuestos, causa de la crudeza con la que la tercera ola azota Argentina. La solución para frenar la tercera ola es, entonces, la inoculación masiva, y esta es consecuencia de la importación de vacunas; no se demanda la producción de vacunas propias. Se presiona en el sentido de la importación (y de una importación específica).

La misma vinculación causal (falta de vacunas-trunca negociación con Pfizer-muertes por COVID) está presente en el discurso de Juntos por el Cambio: “desde Juntos por el Cambio insistimos en colaborar para corregir el marco legal en el Congreso. Están en juego la vida de los argentinos” afirmó Negri, presidente del interbloque de Juntos por el Cambio en el Congreso. Entonces, en el reclamo general de aumentar el ritmo de inoculaciones, se incorpora también el reclamo por la compra de un tipo de vacuna en particular: la Pfizer.

Por supuesto, la presión de las empresas (ejercida a través de diversos intermediarios), no puede desvincularse de la posibilidad o no de producir una fórmula nacional. Los recursos son limitados, los reclamos desde la oposición por el acelere de la campaña vacunatoria (en año electoral) son fuertes y el gobierno puso su energía en una estrategia que, al momento, da sus frutos: la compra inmediata de vacunas ya producidas. Pero, a largo plazo, la producción de una vacuna argentina probablemente sea insoslayable; todavía no se sabe a ciencia cierta cuánto dura la inmunidad que confieren las vacunas y, por tanto, cada cuánto será necesario volver a inocular a la población. La postergación indeterminada de la búsqueda de la fórmula nacional puede volverse un error a largo plazo: Argentina en manos de laboratorios extranjeros, que ya anunciaron que pasada la emergencia sanitaria aumentarán los precios de las vacunas, que manejan un mercado oligopólico y que cobran en dólares. 

Pero, como dijo Penchaszadeh en la entrevista de este mismo número, la presión de las empresas y la ideología de derecha, que le da preeminencia a la lógica del mercado por sobre la salud colectiva (entendida de forma amplia), imponen ciertos límites a las intenciones de transformación. ¿Podrá Argentina salir de un sistema en el que se está sabiendo mover pero que lo relega a importador de vacunas –o fórmulas– extranjeras?

La importancia científica

En algún momento inicial de la pandemia se había enunciado si íbamos a salir mejores o peores de todo esto. Se puso al virus como una especie de “purificador” del sistema, se afirmó que el capitalismo iba ser más “humano”. No tenemos el más mínimo interés de adjetivar o moralizar al sistema, ya sea de más “humano” o “salvaje”. Desde un momento inicial considerábamos que el virus iba a cambiar ciertas lógicas de relacionarse y productivas como también iba acrecentar ciertos factores o índices que vienen con una tendencia negativa, por ejemplo, el aumento de la desigualdad o el desempleo en algunas regiones como América Latina.

Consideramos que el contexto de la pandemia y la inevitable crisis económica debilitó a las coaliciones que forman gobierno. Ni hablar de que afectó a los países menos desarrollados. Recordemos que son muy pocos los países que están vacunando masivamente a su población. Tampoco hay una producción y distribución de vacunas para toda la población mundial aunque algunos países u organismos internacionales hayan donado ciertas cantidades de dosis. Donaciones ínfimas que no logran contrarrestar la lógica capitalista que condiciona la producción y distribución de vacunas, y que crea el ya mencionado “apartheid vacunatorio”[7].

Claramente, las naciones se vieron obligadas a comprar al mercado la mayor cantidad de dosis (escasas de hecho en comparación a la totalidad de los países) en una lógica de sálvese quien pueda. No hubo una planificación de distribución mundial desde el momento que Canadá tiene el triple de vacunas que su población, o que a Estados Unidos que se le vencen cantidades enormes de dosis.

El rol que jugaron los Estados claramente fue desarrollar una fórmula de vacuna para poder asegurar el bienestar de la salud, no tener colapsos sanitarios, y poder restaurar la economía lo antes posible. Por esta misma razón, invirtieron millones en el sector privado y constituyeron un trabajo en conjunto con instituciones científicas, que tienen la capacidad para estar en la vanguardia e innovación de sus respectivas áreas.

Sin embargo, el sector privado también invierte sumas siderales y es una obviedad que quiere sacar una rentabilidad de su producto. Esta combinación simplemente generó una competencia entre países y laboratorios que salen al mercado a vender sus vacunas y quienes debían salir a competir en su compra. En consecuencia, muchos países tuvieron la capacidad de comprar excesivamente mientras que otros no.

Un fenómeno que se produjo a raíz de este contexto fueron las campañas de difamación ya mencionadas en los párrafos anteriores donde se pudieron visualizar cómo los bloques de países siguen profundizando sus alianzas diplomáticas y generando así un gran desafío de política internacional para los países más débiles en los eslabones del mercado mundial donde debieron tener la cintura política para conseguir vacunas como fue en el caso de Argentina.

Por otra parte, si seguimos analizando el terreno discursivo tenemos que nuevamente hacer hincapié en el gran terreno y trabajo que tomaron las teorías conspirativas o antivacunas, que realmente tomaron gran relevancia durante todo este tiempo esbozando argumentos que fueron repetidos en medios de comunicación de importancia, o figuras conocidas mediáticamente o políticamente, y que impactan en la formación de un sentido común. Fue curioso encontrar cada vez más personas que cayeron en la trampa o en la lógica del miedo y la desconfianza sobre ciertos conocimientos que deberían estar dados. Esto nos genera preguntas para problematizar más adelante: ¿Por qué sigue creciendo la desconfianza? ¿Por qué esa desconfianza se asocia directamente al Estado y la esfera científica? ¿Qué “teorías”, cosmovisiones e ideologías sustentan este tipo de discursos? 

Por último, tenemos que analizar la cuestión nacional. Si bien somos uno de los pocos países que tiene vacunas y que las está administrando en una campaña de aplicación (media) tenemos que preguntarnos por qué y cómo todavía no hemos sido capaces de generar una vacuna propia que sea eficaz en todo este tiempo. Consideramos pertinente volver a analizar y valorar en nuestro país a la ciencia, su recurso humano, y generar políticas públicas para poder desarrollar las esferas científicas necesarias, tanto desde el lado social como exactas, y sus instituciones. Resulta preciso que estas instituciones puedan contribuir para mejorar las condiciones de vida de nuestra sociedad y que también tengan un aporte sustancial a la hora de hacer políticas y tomar decisiones con respecto a la pandemia. Creemos que es necesario que el gobierno tenga un gabinete interdisciplinario y que las decisiones estén basadas en un conocimiento científico más que en una medición de imagen de encuestas.

Palabras finales

A diferencia de otras épocas de la historia tenemos la capacidad y contamos con un gran desarrollo productivo (a nivel mundial) para poder generar respuestas adecuadas ante ciertas vicisitudes. Sin embargo, estas se ven opacadas por la falta de una planificación en conjunto y por lógicas netamente impulsadas desde el seno del individualismo que impera en nuestra sociedad. Es necesario volver, entonces, a la dicotomía planteada por Penchaszadeh en la entrevista ya mencionada: la salud entendida de forma amplia y colectiva, o los intereses del mercado y la derecha cuya preocupación por la salud está limitada a intereses económicos. El paso del tiempo ha mostrado las limitaciones que las lógicas de producción capitalistas imponen, y las ilusiones iniciales de la pandemia como disparador de estrategias más humanas de producción y distribución ya han sido desarmadas. Mientras Canadá tenía más vacunas que ciudadanos, algunos países africanos todavía no habían conseguido ni una dosis. Problemas nuevos, limitaciones históricas.

Enlaces empleados

https://www.who.int/bulletin/volumes/98/5/20-020520/es/

https://www.project-syndicate.org/commentary/moonshots-earthshots-state-investment-in-the-public-interest-by-mariana-mazzucato-2021-02/spanish

https://www.who.int/es/emergencies/diseases/novel-coronavirus-2019/covid-19-vaccines/how-are-vaccines-developed

https://www.eldiarioar.com/politica/alberto-sigman-vacuna-argentina_129_7832234.htm

https://www.theguardian.com/science/2021/apr/15/oxfordastrazeneca-covid-vaccine-research-was-97-publicly-funded

https://cuba.campusvirtualsp.org/campana-de-vacunacion-contra-la-influenza-estacional-en-cuba

https://www.lanacion.com.ar/economia/investigacion-y-desarrollo-cuanto-y-como-se-invierte-en-la-argentinam-nid2258189/

https://www.infobae.com/politica/2021/06/09/hoy-no-necesitamos-la-vacuna-de-pfizer-aseguro-una-diputada-del-frente-de-todos/

https://www.telam.com.ar/notas/202104/550353-ley-vacunas-coronavirus-respaldo-congreso.html

https://www.infobae.com/america/tendencias-america/2021/05/22/escasez-de-vacunas-y-colapso-sanitario-las-razones-detras-del-avance-desmesurado-de-la-segunda-ola-de-covid-19-en-la-argentina/

https://www.infobae.com/salud/ciencia/2021/05/24/por-la-falta-de-vacunas-casi-la-mitad-de-las-camas-de-terapia-intensiva-de-la-argentina-estan-ocupadas-por-enfermos-de-covid-19/

https://www.who.int/es/initiatives/act-accelerator/covax

https://time.com/5942715/ivory-coast-covax-first-shots/

Bibliografía

J. M. Carballeda (2021). Fiebre. Breve colección de epidemias. El Gato y La Caja.

A. Giddens (1994) Consecuencias de la modernidad. Alianza Editorial.


[1]  Resulta interesante algo que menciona Juan Manuel Carballeda en Fiebre (2021): “es la primera vez en la historia de la humanidad que se intentó combatir una pandemia, en primera instancia, con vacunas” (p. 156).

[2] El estudio ya mencionado que evaluó las fuentes de financiamiento de las vacunas de Astrazeneca tuvo en consideración no solo el financiamiento final de la vacuna, sino también los años de formación de los científicos y las inversiones pasadas en la producción tecnología y conocimiento que servirían para la producción de la vacuna (y que no fueron pensadas, por supuesto, con tal fin).

[3] Según datos del 2016 del Observatorio Iberoamericano de la Ciencia, la Tecnología y la Sociedad, Argentina es el segundo país con más inversión en investigación y desarrollo de Latinoamérica. Se destina 0,53% del PBI y es el sector público la principal fuente de financiación (representando un 70% de lo invertido).

[4] Según Airfinity AstraZeneca a diciembre de 2020, siendo la que había recibido más financiamiento, recibió un total de 2220 millones de dólares.

[5]Factor que se vuelve explícito en la esfera de la vida cotidiana: grupos que celebran haber sido inoculados con “la rusa”, otros que prefieren no vacunarse a recibir la Sputnik.

[6] Incluso cuando la ley que impide la compra de las vacunas de este laboratorio fue votada por el Congreso Nacional con una mayoría de 230 votos.

[7] Un buen ejemplo de la insuficiencia de estas buenas intenciones es el fondo COVAX (formado por 190 países) que busca garantizar el acceso equitativo a las vacunas del COVID-19. La intención, afirma la OMS, era “entregar las vacunas ni bien estuvieran disponibles”, para que la distribución a países pobres no fuera de las sobras de los ricos. Sin embargo, Tedros Adhanom, director general de OMS, afirmó que para febrero de este año el 80% de las dosis inoculadas fueron utilizadas solamente en 10 países (siendo estos, por supuestos, los más ricos).

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