Construcción de género (parte II)

Dan Borini

I

Iniciando la segunda parte de este análisis e investigando sobre la posibilidad de las mujeres y disidencias sexuales a acceder a capacitaciones en oficios, quise ir más atrás de lo inmediato, un poco más atrás de lo que las redes tienen para contarme de la inclusión laboral y la felicidad de pertenecer a las obras de construcción. Me volví a encontrar con un libro que me ha enseñado mucho sobre el lugar de la mujer en la historia Medieval y de ahí traigo un fragmento para continuar con este tema. En Calibán y la bruja, Silvia Federicci nos describe “En los pueblos medievales, las mujeres trabajaban como herreras, carniceras, panaderas, candeleras, sombrereras, cerveceras, cardadoras de lana y comerciantes. En Frankfurt había aproximadamente 200 ocupaciones en las que participaban entre 1300 y 15000 mujeres entre sus miembros (…) EL porcentaje del trabajo femenino era tan alto como el de los hombres” (p. 55) También nos cuenta queeran sociedades con menos dependencia masculina, menos diferencia física, social y psicológica, y con esto también, más autónomas en la toma de decisiones.

Desde que el feudo y el clero firmaron contratos vinculares, el lugar del varón y la mujer comenzaron a moldearse en las esferas públicas y privadas de la comunidad en torno a la familia constituida como una institución inamovible e irreemplazable. A las mujeres se las liberó de la producción de bienes y su lugar, su función y su razón de ser lo determinó la reproducción de la especie y su cuidado.

Este es uno de los momentos históricos que cabe revisitar al pensar en la masculinización del trabajo, ya que, como todo sentido común, hay una acción producto del habitus impreso en el cuerpo que se vuelve manifiesto en el sentido práctico. Es decir, hay representaciones dentro del campo social al que pertenecemos, teñidas de un sentido y una lógica que reproduce un efecto a nivel social y es el que nos trajo hasta el día de hoy, cuando ver a una mujer o disidencia sexual trabajando en Albañilería nos genera una sensación de anomalía y muchas de ellas deben justificar el lugar que ocupan en el rubro. Un ejemplo de esto es la historia que nos cuenta Bárbara, de 21 años. Hace un año que trabaja en la construcción de forma remunerada (y varios años ejerció la profesión por “hobbie”), y me remarca el dolor de cabeza qué conlleva ir a comprar a una ferretería: Muchas veces siento que tengo que dar explicaciones de que soy Albañila o que sé del tema, porque las veces que no mostré rigidez o decisión, me quisieron vender cualquier cosa, o me han dicho que lo que buscaba no existía. Me cuenta, puntualmente, un día que venía cansada de la semana de trabajo exhaustivo, y fue a comprar membrana líquida. Este material es un recubrimiento plástico que sirve para impermeabilizar superficies expuestas al agua, que también se la conoce como pintura poliuretánica. En su compra pide membrana liquida y le dicen que eso no existe. Sin más explicaciones, siguen atendiendo a un varón que estaba detrás de ella en la fila. Y se queda pensando, ella sabía que era eso lo que necesitaba, y le vuelve a preguntar si efectivamente no existía o si era un material que no vendían en ese local. El vendedor le dijo que no existía y siguió con lo suyo. Ese día me fui furiosa a la obra, no había podido conseguir lo que necesitaba, había perdido tiempo de trabajo, pero aparte de lo material había algo que me molestaba mucho más, y era que me había sentido subestimada. Cuando llegué a la obra le comenté a mis compañeras y me acompañaron a decirle a ese tipo que lo que yo quería si existía. El otro chico que atendía me pidió disculpas porque no le quedaba otra opción, y me dijo que era el dueño el que me había atendido y que él era así. Cuando le dije que quería pintura poliuretánica me dijo que no tenía en stock”.

Otra situación similar, le sucedió a Anahi, de 29 años, que al pedir una lista de materiales para un trabajo de plomería, había un ítem de la lista de materiales a comprar hecho con otrxs compañerxs, donde no estaba explícitas las medidas en pulgadas de los codos y Ana titubeó, e identificó que tenía que tener la misma medida que los demás accesorios, ya que era para el mismo arreglo y le dijeron “que venga el plomero, porque esto que estás comprando es muy específico, y si te confundís en algo después tenés que volver a cambiarlo”. Y, agrega, “en el momento de exposición te sentís tan desubicada que dudás en qué hacer. Yo salí hasta la calle y pensé que no existía tal plomero, y que la que me había dicho las medidas era una compañera que no tenía matricula de plomera pero que tampoco tenía que dar tantas explicaciones. Me pregunté si hubiese pasado lo mismo si yo era un varón”.

La exigencia puesta en el ojo ajeno, que representa ese sentido común construido a través del tiempo, se resiste a aceptar el cambio. Inconsciente de lo que genera en la otredad, coerciona y prohíbe lo posible, que en este caso es que una mujer joven sepa qué es lo que quiere, aunque sea un codo para una instalación de bacha.

II

Las diferencias de roles en las familias occidentales que legamos fueron bien marcadas: el trabajo de fuerza y la toma de decisiones en el ámbito laboral dejaron de ser características compartidas, para pasar a ser funciones únicamente masculinas. Volviendo a nuestros tiempos, o por lo menos los últimos años dentro de la sociedad occidental, vemos el ingreso de mujeres y disidencias (estas últimas en menor medida) dentro del cupo laboral de cualquier trabajo “legal” o en blanco[2]. El movimiento LGBTIQ+ ha tenido gran participación en estos debates dentro de las Instituciones y en las calles exigiendo igualdad laboral, así como el pasado 26 de junio se aprobó también el cupo laboral trans. Sin embargo, el espacio de la construcción es, todavía, un lugar difícil de disputar.

En el siguiente cuadro vemos la polaridad que se da entre varones y mujeres en la construcción, con un 94,5% de varones trabajando en él y solo un 4,6% de mujeres. Teniendo en cuenta que Argentina está considerada como pionera en la deconstrucción del género en torno a la construcción[3], si vamos directamente a las estadísticas, no se llega al 5%. Y, por otro lado, el trabajo doméstico lo vemos teñido de femineidad con un 96,5%, mientras que solo hay un 3,5% de varones realizando labores de cuidado y limpieza domestica (personal doméstico remunerado).

Pensando en esta legendaria idea de las mujeres vinculadas a los cuidados y el personal doméstico, entrevisté a Norma, de 33 años, que es albañila, también integrante de la cuadrilla de Albañilas Deconstrucción para saber qué pensaba al respecto. Me relata los acuerdos que hacen en su grupo en torno a los cuidados del cuerpo: “fue difícil aceptar que la fuerza se nos había negado tanto tiempo de nuestras vidas. La primera vez que vino el camión del corralón a traernos materiales y había que bajar las bolsas de cemento de 50k no tenía idea de cómo hacer la fuerza correctamente para no lastimarme. Fue muy importante haber generado acuerdos de cuidado, donde esas tareas que implican resistencia y musculación, las realizaríamos acompañadas de otrx. Aunque nos lleve más tiempo, ningunx se rompe el cuerpo por cargar más cosas, sino que estamos atentxs a llamarnos la atención cuando hacemos esfuerzos muy grandes. Nos organizamos para que en el momento que llega el corralón a primera hora, estemos todxs a horario para repartir el esfuerzo y no sea tan pesado”. Y, agrega, en torno a los días que se encuentran menstruando: “Nos damos la posibilidad de quedarnos descansando, aunque la mayoría viene igual a obra y de forma colectiva intentamos que quienes están en esos días, tomen tareas más tranquilas”.

Otro acuerdo de cuidado que tenemos, lo llamamos “rotación” y, como dice la palabra, es llamar a la rotación de actividades con algunx compañerx cuando alguien se siente cansadx o le cuesta concluir con lo que está haciendo”. Esto último que cuenta Norma, se puede traducir en una forma de “productividad” pero desde la perspectiva del cuidado. Se desafía al paradigma capitalista de producir sin sentido, como vemos en “Tiempos modernos” de Chaplin, donde quien produce está al borde de un colapso mental y físico, en cambio, pensar la productividad en torno a la preservación de la salud nos asegura que al pasar del tiempo el cuerpo esté en condiciones de seguir produciendo o sintiendo placer, o lo que sea que esos cuerpos deseen.

Asimismo, esta ética del cuidado interviene en la obra, como también fuera de ella. Vane, de 43 años, con tres hijxs, nos cuenta “cuando me quedé criando a mis hijxs sola, y tenía que salir a trabajar de albañil, como se decía hace unos cuantos años, se convertía en un calvario la rutina semanal. Cuando llegaba a casa tenia a veces la cena, pero la ropa la lavaba yo, y la limpieza de la casa la hacía yo, porque aunque mis hijxs, familiares o amigas, todas mujeres, me ayudasen, no tenían la obligación de limpiar por mí”. Acá me parece muy importante hacer una mención, sin entrar en detalles porque me llevaría otro artículo aparte abordar el tema, pero entender la triple explotación que viven las mujeres es poner en contexto el ámbito en el que estas personas trabajan, se autogestionan, (se)cuidan, lavan, cocinan, hacen las compras, se bañan, limpian la casa, hacen la jardinería de la casa, entre otras actividades semanales.

III

Más allá del género

Pero incluso en un escenario completamente masculinizado, ¿el mundo de la construcción es homogéneo? ¿Responde a jerarquías? Si miráramos las dinámicas de una cuadrilla de construcción convencional, veríamos lo lejos que se encuentra de ser homogénea, sin contar a las personas que no son parte de la cuadrilla de construcción, como por ejemplo Ingenierxs, irquitectxs, etc. Aquí ya podríamos incorporar el concepto de jerarquías salariales, ya que las diferencias más exageradas se vislumbran entre quienes hacen el trabajo proyectual y quienes ejecutan la obra. La forma jerárquica predomina y la sectorización del trabajo hace que cada cual sea más productivo en menor tiempo y no hay momento en que las áreas de trabajo intercambien ideas entre sí. Rara vez unx arquitectx conoce el nombre de las personas que trabajan en “su” obra. Y la normalización de esos vínculos desafectivizados es lo que me pensar: ¿En dónde quedo el debate de lucha de clases, con el sujeto revolucionario consciente de la desigualdad y organizándose para la transformación social? Si alguien tiene respuesta a esto, por favor comuníquense con nosotrxs.

Según un informe de la UOCRA[4] (Unión Obrera de la Construcción de la República Argentina), que detalla los diferentes escalafones que lideran las obras, la mano de obra en la Argentina se encuentra por debajo del salario básico. Hay mucha mano de obra, mucha demanda, y poco se paga el riesgo del cuerpo puesto a disposición de las nuevas innovaciones en la urbanización de la ciudad y alrededores. Los salarios de los obreros siguen siendo precarizados entendiendo el esfuerzo físico, las condiciones laborales, y el riesgo de vida que implica llevar a cabo el trabajo. Poco se ve el reconocimiento a la técnica del oficio. Siguen siendo lxs trabajadorxs de los barrios más vulnerados lxs que van a solventar estos puestos de trabajo y es en ese escenario donde se ve una nueva sujeta: mujeres en las obras de construcción.

Ahora bien, entendiendo que ser mujer y hombre es una construcción social y que esto funciona como dispositivo de ordenamiento y control de los cuerpos, entendiendo así el cuerpo de la mujer como medio para la reproducción de la especie, en la actualidad se están generando políticas públicas para incentivar a que las compañeras agarren la pala, y trabajen en la construcción. Recientemente, salió una nota del presidente Alberto Fernández con unas compañeras que construyeron en el marco de vivienda social en un barrio en Avellaneda, llamándolas Albañilas.Se hicieron varios comentarios y menciones con respecto a la “vanguardista” palabra que utilizó el mandatario, dejando, a mi parecer, una idea de “descubrimiento” de una otredad, en este caso mujer, no hegemónica, de clase baja, construyendo las viviendas sociales en medio de una pandemia. Pero no hacía referencia a las condiciones en que trabajan o cuánto cobran por llevar a cabo esa gran infraestructura, detalle que quizás podría vislumbrar la precarización laboral del rubro.

En la primera parte de este análisis me remito a la experiencia de Vanesa (como muchas otras obreras de la construcción) y su imposibilidad para tomar cursos sin sentirse incómoda por su género. Es muy probable que la apertura estatal a esta inserción en el mercado laboral aumente las posibilidades de formación en oficios dentro del rubro, pero ¿cambiarían las condiciones laborales?

Hasta el momento hay solo un 4,6% de mujeres trabajando en la construcción, sumado a los relatos que confirman no haber recibido la técnica del oficio mediante las capacitaciones o escuelas de formación, en un contexto donde se divide jerárquicamente. Con la incorporación de mujeres a la obra, aumentaríamos las posibilidades de que las mujeres tengan los puestos de trabajo más precarizados dentro del mercado laboral. Más demanda, más precarización, y acentúa lo que llamamos feminización de la pobreza dentro del territorio argentino.

Por otro lado, leemos mucho sobre la ampliación de la brecha laboral con perspectiva de género pero todavía no hay datos del aumento de varones en el ámbito de personal doméstico.

No tenemos estadísticas sobre la brecha laboral como resultado de las políticas públicas que se implementaron en el actual gobierno de Alberto Fernández que nos dejen analizar la incorporación de mujeres a obra en este territorio, pero tampoco hay avances en reformas salariales. Mucho nos falta para agregarle el valor humano al concepto de valor de la fuerza de trabajo. Las condiciones que propone esta realidad a quienes trabajan en la construcción distan mucho de ser equitativas. Más allá del género, es una cuestión de clase.

En cuanto a las representaciones del sentido común dentro de estos lugares de trabajo, se puede distinguir cómo la ética de cuidado, que se imprime en las femeneidades contemporáneas, pone en jaque las practicas masculinizadas arrastradas hace siglos, descubriendo que los trabajos de fuerza no tienen que ir en detrimento de los cuerpos que los ejecutan. En cuestión de tiempos productivos puede extenderse, pero allí es donde se puede visibilizar la precarización de los cuerpos que trabajan construyendo el habitar del resto de la sociedad. Si tuviese más valor de cambio la fuerza de trabajo obrerx, se podría pensar en cuidados colectivos dentro de la obra para que no ocurran accidentes o los cuerpos no se sientan tan cansados. Y, al mismo tiempo, poder generar una afectivizacion y vincularidad más estrecha entre quienes construyen los espacios que luego habitamos.

Por un lado, se da una disputa simbólica por la reivindicación de los oficios y el lugar de las cuerpas disidentes en las obras, que es clave para entender que no son problemáticas que pueden solucionarse en la inmediatez. Asimismo, las jerarquías que estructuran el ámbito de la construcción tiñen de desigualdad a todas las personas que trabajan como mano de obra en la albañilería, incluidos quienes se autoperciben como varones cisgénero. Es decir, no solo es un rubro con asimetrías de genero sino que también, el ejercicio del trabajo va en detrimento de los cuerpos violentados por un sistema capitalista que exige la producción constante, precariza económicamente y cuenta con una oferta muy grande de trabajadorxs dispuestxs a unirse a este tipo de lógicas laborales. Es necesario un cambio de paradigma, donde prime una ética conciente del cuidado colectivo, y desnaturalice la idea de la explotación del cuerpo y el reparto de las ganancias sea más equitativo entre los diferentes roles que se necesitan para llevar a cabo una obra.

Es por medio de estas experiencias que tenemos la posibilidad de ver, explícitamente, cómo el sentido común se forma en torno a lo que el contexto social necesita para seguir evolucionando, y que quizás, nuestras nietas puedan capacitarse en oficios como la herrería, la carpintería, la albañilería o la plomería, pero sin olvidar el sentido de su práctica, y la reivindicación de los cuidados, así en pos de abolir las imposiciones masculinizadas del rubro dentro del sistema capitalista, no dejen de lado la importancia de su trabajo, que no solo se sitúa en la deconstrucción del género, sino también en la histórica lucha de clases.


[1] Si llegaste a este articulo sin leer la primera parte, te invito a que puedas introducirte al tema https://malestarsociologico.wordpress.com/construccion-de-genero/ , ya que es desde ahí de donde salen las preguntas.

[2] Véase https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/las_brechas_de_genero_en_la_argentina.pdf

[3] Según las estadísticas a nivel latinoamericano, el porcentaje más alto de mujeres en la construcción se da en Argentina https://www.plataformaarquitectura.cl/cl/906603/el-rol-de-la-mujer-en-la-construccion-tiempos-de-cambio

[4] https://www.uocra.org/pdf/a83e4d_Convenio%20y%20Tablas%20Salariales%20UOCRA%20-%20abril%202021%20-%20febrero%202022.pdf

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