Por Lucas Rubinich

La pregunta acerca de porqué una cátedra que se ubica en los inicios de la carrera de Sociología de la UBA decide impulsar una revista cuyo núcleo es la participación de sus estudiantes quizás no debería resultar demasiado pertinente. Es que aquí las actividades extracurriculares forman parte de la experiencia cotidiana de muchas cátedras. Esta cátedra en particular ha impulsado actividades de este tipo, tanto en la diversa serie de intervenciones artísticas desde el colectivo sociología contraataca, como promoviendo debates político-culturales. Y es verdad que cada una de ellas, con sus diferentes formas, se reconocen en toda nuestra comunidad como acciones que forman parte de una identidad, de una tradición, o si se quiere, como actualizadoras productivas del espíritu problematizador de la Carrera de Sociología. Claro, la pregunta tiene algún sentido en una época en la que adquieren cada vez mayor relevancia procesos políticos y culturales que irrumpieron en la década del noventa, modificando instituciones, normas jurídicas, pero que sobre todo influyeron de distintas modos en las formas de relación, tanto en las que se dan entre los propios agentes del campo cultural y académico, como en las que entablan estos con la sociedad, y sin lugar a dudas con la política. Si se quiere, esta verdadera corriente cultural, tiñó las maneras de actuar y mirar el mundo difuminándose por distintos sectores y también por los agujereados espacios de viejas tradiciones políticas e intelectuales.

Es en ese contexto que surgieron y se fueron afianzando dos cuestiones a las que vemos como problemas importantes a abordar. La primera se refiere a los movimientos que resultan en la desvalorización de las carreras de grado más allá de que el sentido mentado de esas acciones pueda asociarse o no con objetivos explícitos que
contribuyan a ello. La segunda tiene que ver con las formas organizacionales que
marcan caminos donde lo fundamental es la trayectoria individual. En las ciencias
sociales en nuestro país, con débil institucionalidad académica, este predominio de
una impronta carrerística se produce en un contexto que, despojado de las tensiones
que pueden producir visiones del mundo alternativas con pretensiones trascendentes
asentadas en experiencias colectivas, puede contribuir a crear una burocracia académica gris. Es verdad también, que esa posible burocracia académica tanto puede lograr una inserción presentable y subordinada en el campo académico internacional, como perder la vitalidad que, claramente en sociología de la UBA, le otorga su relación con las múltiples formas que adquiere la disconformidad social cultural y política.

Y esa vitalidad se expresa, por supuesto, en la carrera de grado de sociología y en las múltiples acciones que realizó y realiza cotidianamente el movimiento estudiantil. En la efervescencia social del 2001 y años posteriores, en el mundo universitario (en los debates masivos por la elección directa, por ejemplo), participamos, por supuesto, profesores e investigadores, pero la fuerza político cultural la proporcionó el movimiento estudiantil. Nuestras oficinas de investigadores, se conmueven y brota la sensibilidad política fuerte en ellas, cuando, de distintas maneras (a través del debate público, de la redefinición de problemas, de acciones conjuntas) nos relacionamos con las experiencias del movimiento estudiantil, con el grado.

Imagen Movilizaciones

Son muchas los temas que hoy es necesario poner sobre la mesa de debate universitario: la elección directa de las autoridades, el claustro único docente, la participación de los no docentes en el cogobierno, las formas en que profesores, investigadores y estudiantes y el conocimiento producido en estas instancias deben relacionarse con distintos ámbitos de la sociedad; y entonces también preguntas acerca de si las actuales formas de las instituciones académicas cumplen con lo que es un mandato de la universidad pública y la tradición de la reforma del 18. Claro, dirá el sociologismo que ve lo probable como un destino, luego de las conferencias de Bolonia y las reformas promovidas por el Banco Mundial en toda América Latina durante la década del noventa, se ha consolidado un sistema académico que subestima la democracia universitaria y que entre otras muchas cosas, se propone transformar el grado en una instancia desvalorizada de pocos años y de baja calificación, que permita a sectores con menor capital económico y cultural contar con una credencial menor reforzadora de la educación media.

Por supuesto que es un sistema consolidado y que su cuestionamiento implica la
construcción de fuerza político cultural. Pero seguramente, ninguna de estas cuestiones
adquirirán relevancia política en el espacio fragmentado de la hiperespecialización
académica. No hay construcción aislada de seriedad y vitalidad académica primero, y
luego debate. Es todo lo contrario. Porque hay debate político cultural es que se vitaliza
y comienza a jugar un juego serio de responsabilidad pública el mundo académico.
En el propio espacio, en el inmediato universitario, el actor central de la vitalización
del debate es el movimiento estudiantil y entonces el espacio de la carrera de grado se
convierte en privilegiado para lograr tanto la recomposición del mundo universitario
en general, como de las formas de organización de la producción de conocimiento en
ciencias sociales en particular.

Malestar sociológico es una apuesta experimental de esta cátedra, que tiene como objetivo entablar una relación productiva con los estudiantes que trascienda el espacio y el tiempo de la cursada, que intenta enlazar la sensibilidad sociológica construida en los primeros momentos de la carrera con el posicionamiento frente a diversas cuestiones de la sociedad, que recupera experiencias de la sociología argentina, y que se propone trabajar performáticamente, al estilo de los experimentos de ruptura etnometodológicos, contra los propios sentidos comunes que, entre otras posibilidades, elaboran categorías descalificadoras del inmediato mundo compartido.